Summum Ius, summa inuria (El exceso de derecho provoca injusticia)
El pan nuestro de cada día
Pan, un bien tan preciado y común que nos alimenta todos los días, como nos es familiar usaremos su industria para explicar las virtudes del emprendimiento y los vicios de la regulación, pero bien puede aplicarse este ejemplo a cualquier sector de la economía, coloca el ejemplo de tu elección .
La panadería, un negocio de engañosa simpleza, es una industria que emplea a muchas personas; agricultores, ganaderos, comerciantes, industriales, transportistas, vendedores grandes y pequeños, todos formando una cadena infinita de colaboradores que intercambian bienes y servicios entre sí para colocar el pan sobre nuestras mesas. Aunque la versión más simple y milenaria del pan consiste en un cereal convertido en harina amasada con agua y horneada, hoy en día y miles de años de innovación después, la variedad de pan es prácticamente infinita, cubre todo gusto y tradición: desde el bagel americano, el bagguette francés, el pretzel alemán, el entrañable cachito o croissant, hasta el matzóh judío o la hostia cristiana.
Llegados a la panadería nos envuelve el aroma, color y textura de un sinfín de panes, pastas, galletas y tortas vendidos a precios que varían según la oferta y la demanda. Todo bien hasta que llega el desubicado que no falta y expresa sus reparos...
La proliferación de negocios
El reparo consiste en señalar el "exceso" de panaderías en un lugar determinado como si de una plaga de ratones se tratara. A la queja acompaña la solución: control estatal del número de panaderías. A menudo queja y solución vienen de un panadero incómodo con la nueva competencia que amenaza su -ahora evidente- falso sentido de seguridad; en lugar de gastar neuronas en innovar, agregar valor a su negocio o redirigir su esfuerzo a nuevos productos y mercados, el mal panadero de marras promueve la arbitrariedad de impedir o hacer difícil la entrada de nuevos competidores usando coerción estatal. Entonces, qué hace el ministerio: crea una regulación de cuotas o licencias para que haya un número máximo de panaderías en un barrio. Como resultado se impide competir en calidad y precio a emprendedores innovadores en beneficio del consumidor, la regulación además confisca la libre elección de los consumidores creando un mercado cautivo para un monopolio o cartel de panaderos locales. ¿Vieron cómo la regulación fomenta monopolios y carteles?
El control de precios a los productos
Un fuerte invierno y arruinó la cosecha de cereales, el gobierno imprime más billetes sin respaldo creando inflación, la OPEP reduce la oferta de combustibles y sube el costo del transporte, nuevas regulaciones a las harineras incrementan el precio de sus productos, se creó un arancel a las importaciones de harina. Muchas pueden ser las razones para que el pan un buen día aparezca a un precio mayor. Y se arma la de Dios es Cristo...
Naturalmente la queja ciudadana por un "injustificado" incremento de precios de un producto popular de consumo diario no se hace esperar. En vano harineros y panaderos se excusan "tirando la pelotita" a un sector de la cadena de abastecimiento (agricultor, comerciante, transportista, harinero). Y llega la propuesta: un control de precios, lo que significa que el Estado, intendencia y policías a la cabeza, imponen un precio máximo del pan, poco sirve señalar que los controles de precios no han funcionado en 40 siglos de historia económica. Qué resulta: desaparece el pan de los abastos, el pan que se ofrece es de mala calidad pero es aquel que puede venderse al precio impuesto por el Estado, el buen pan se vende de contrabando y a precio aún mayor. ¿Vieron como la regulación convierte una situación mala en una peor? El pan caro se vuelve más caro o desaparece.
El control de calidad y presentación
Si duda todos queremos disponer de bienes y servicios de buena calidad pero no siempre resulta así, ya sea por escasez de recursos o información, o por mala fe o mala suerte, nos vemos expuestos a productos deficientes, insalubres, insatisfactorios en diversa medida. En parte es natural que esto suceda, no todas las personas tienen formación, recursos o ética suficientes para ofrecer buenos productos, pero el mercado, en este caso los consumidores castigan a los malos productores obligandoles a susbsistir con bajas ganancias y a la larga a desaparecer. Para subsistir, el productor deficiente se ve forzado a invertir más tiempo, esfuerzo y conocimientos para ofrecer un mejor producto. Pero llega el ministerio y dicta reglamentos, licencias e inspectorías periódicas.
Para obtener una licencia se deben cumplir una serie de requisitos desde tipos de hornos hasta forma de presentación en vitrinas, se exigen además el pago de impuestos y tasas. Estas regulaciones exigen un equipamiento que no todos pueden costear impidiendo a muchos emprendedores de escasos recursos a colocar su negocio, los procedimientos estipulados en la regulación requieren la contratación formal de un número mayor de empleados, algo que emprendedores con algo más de recursos tampoco pueden costear, impidiendo a más personas a ingresar o mantenerse en este mercado. Al contrario, la regulación hace que pueda costearse un costo: el pago de sobornos al inspector.
La línea de supervisión de la regulación
El inspector es un funcionario que constata el cumplimiento de la regulación estatal, usualmente un tipo malhumorado con un empleo mediocre, pero incluso si fuese mejor pagado le daría lo mismo hacer un buen o un mal trabajo, y su jefe no es muy distinto, y el jefe de este tampoco (ninguno produce nada ni responde a incentivos de mercado). El panadero entonces se ve entre la alternativa de cerrar el naciente negocio (en el que ha invertido su fortuna personal o préstamos) o llevar a cabo su negocio de una u otra manera, esto último lo conmina a sobornar o acceder a pagar el soborno solicitado por el inspector, esto último más frecuente. De modo que es más barato pagar el soborno (el menor costo regulatorio) que cumplir la regulación (el costo máximo de la regulación) o cerrar definitivamente el negocio (y dejarse morir bajo un puente junto a su familia). A final de cuentas los inspectores también tienen corazón y consideran "justo" dejarse sobornar y permitirle a un emprendedor continuar su negocio, además, sus jefes suelen pedir una comisión de los sobornos al inspector, y el jefe del jefe -colocado por el ministro- también (vamos, que las campañas electorales no son gratuitas y hay que recuperar la "inversión").
A todo esto ¿se aseguró la calidad del producto vendido? obviamente no, el panadero bueno y deficiente tienen sus negocios y sus licencias, el mal panadero ha sobornado y aunque puede mejorar su negocio el mismo ya cuenta con permiso aunque su producto sea deficiente, el buen panadero continua con su negocio y además tuvo que pedir una licencia y/o sobornar para continuar lo que ya estaba haciendo bien. A estas injusticias se suman los controles e inspectorías estatales que deben pagarse por todos mediante impuestos, debe agregarse el costo de los sobornos (impuestos informales) y la politiquería que lucra con costos de trámites, licencias y sobornos.
Pero se dice que la regulación estatal es en nuestro favor ¿verdad?
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